Cuando estaba en el ejército realice una de esas pruebas de aptitud intelectual, esas que todos los soldados realizan. Mi puntuación fue de 160, es decir, 60 puntos por encima del normal. Nunca antes alguien había obtenido un resultado así, y por esta razón durante dos horas hicieron un gran alboroto festejando mi logro (Esto no significo ninguna mejora para mi situación militar. Al día siguiente yo estaba en la cocina cumpliendo normalmente mi deber).
Toda mi vida he registrado puntuaciones similares a la descrita, así que tengo la sensación interna de que soy muy inteligente. Sin embargo estos índices lo único que significan en realidad, es que soy muy bueno en contestar el tipo de preguntas académicas que se consideran dignas, y que fueron realizadas por las personas que “inventan” las pruebas de inteligencia (¿personas con inclinaciones intelectuales similares a los mías?)
Una vez conocí a un mecánico de automóviles que de acuerdo a mi estimación no podría superar los 80 puntos en esas pruebas de inteligencia. Siempre di por sentado que era mucho más inteligente que el. Sin embargo, cuando algo funcionaba mal, lo miraba con ansiedad mientras exploraba las entrañas de mi automóvil y escuchaba sus declaraciones como si fueran oráculos divinos.
Pues bien, supongamos que mi mecánico de automóviles hubiese diseñado las preguntas para una prueba de inteligencia. O supongamos que un carpintero las formule, o un agricultor, o, de hecho, cualquiera que no fuese un académico. Seguramente no podría superarlas.
Si en este mundo yo no pudiese utilizar mi formación académica, mi talento verbal, y tendría que realizar tareas complicadas con mis manos, seguramente lo haría mal. Mi inteligencia, entonces, no es absoluta, sino que es una función de la sociedad en que vivimos y el hecho de que una pequeña porción de la sociedad ha logrado imponer a los demás, cuales son las “normas” como un árbitro de esos asuntos.
Retomando el tema de mi mecánico, el tenía la costumbre de contarme chistes cada vez que me veía. Una vez levanto la cabeza de debajo del capó del automóvil para decirme:
“Doc, un chico sordomudo entró en una ferretería a pedir unos clavos. Puso dos dedos juntos sobre el mostrador y luego hizo un movimiento de martillar con la otra mano. El empleado le trajo un martillo. Sacudió la cabeza y señaló a los dos dedos que estaba martillando. El empleado le trajo los clavos. Escogió el tamaño que quería, y se fue. Bueno, doctor, el siguiente tipo que entró fue un ciego. Quería tijeras. ¿Cómo cree que le preguntó por ellas? “
Indulgentemente levante la mano derecha e hice un movimientos de tijeras los dos primeros dedos. Acto seguido mi mecánico se rió ruidosamente y dijo:
“Él usó su voz y pidió por unas tijeras”.
Luego, con aire de suficiencia, dijo: “Durante todo el día me he burlado de mis clientes”. ¿Lo han acertado muchos? le pregunté. “Muy pocos”, dijo, “pero estaba seguro de que Ud. caería en la trampa.” ¿Por qué esa suposición? le pregunté. “Porque eres tan educado, doc, que sabía que no podría ser muy inteligente “.
Y tengo la incómoda sensación de que en su afirmación había algo de cierto…
Isaac Asimov, 1920 – 1992