Para mi, muy pocas veces Facebook supera en dinamismo o interés a Twitter… pero lo que hay que reconocer es que hay ciertas historias que no caben en 140 caracteres. Y siendo sinceros, tener al señor Tavi Calvete entre mis contactos es todo un lujo, porque gracias a él he podido conocer varias historias que realmente me han hecho pensar y reflexionar. Toda una conciencia 2.0 al seleccionar dichas historias y compartirlas con el resto en su muro… así que gracias Tavi 😉

Me he permitido la libertad de recopilar algunas de esas historias (con su permiso) y compartirlas con vosotros. Espero que os gusten 🙂

Cuento tradicional zen

Después de ganar varios concursos de tiro con arco, el joven y jactancioso campeón retó a un maestro Zen que era reconocido por su destreza como arquero. El joven demostró una notable técnica cuando le dio al centro de la diana en el primer intento, y luego partió esa flecha con el segundo tiro.

– «Ahí está», le dijo al viejo, «¡a ver si puedes igualar eso!».

Inmutable, el maestro no desenfundo su arco, pero invitó al joven arquero a que lo siguiera hacia la montaña. Curioso sobre las intenciones del viejo, el campeón lo siguió hacia lo alto de la montaña hasta que llegaron a un profundo abismo atravesado por un frágil y tembloroso tronco. Parado con calma en el medio del inestable y ciertamente peligroso puente, el viejo eligió como blanco un lejano árbol, desenfundó su arco, y disparó un tiro limpio y directo.

– «Ahora es tu turno», dijo mientras se paraba graciosamente en tierra firme.

Contemplando con terror el abismo aparentemente sin fondo, el joven no pudo obligarse a subir al tronco, y menos a hacer el tiro.

– «Tienes mucha habilidad con el arco», dijo el maestro, «pero tienes poca habilidad con la mente, que te hace errar el tiro».

Autor desconocido

Había una vez, algún lugar que podría ser cualquier lugar, y en un tiempo que podría ser cualquier tiempo, un hermoso jardín, con manzanos, naranjos, perales y bellísimos rosales, todos ellos felices y satisfechos. Todo era alegría en el jardín, excepto por un árbol profundamente triste. El pobre tenía un problema: No sabía quién era.

– “Lo que te falta es concentración», le decía el manzano. «Si realmente lo intentas, podrás tener sabrosas manzanas. ¿Ves qué fácil es?”

– “No lo escuches», exigía el rosal, «es más sencillo tener rosas y ¿ves qué bellas son?”

Y el árbol desesperado intentaba todo lo que le sugerían y, como no lograba ser como los demás, se sentía cada vez más frustrado.
Un día llegó hasta el jardín el búho, la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del árbol, exclamó:

– “No te preocupes, tu problema no es tan grave. Es el mismo de muchísimos seres sobre la tierra. Yo te daré la solución: no dediques tu vida a ser como los demás quieran que seas… sé tú mismo, conócete y, para lograrlo, escucha tu voz interior.” Y, dicho esto, el búho desapareció.

– “¿Mi voz interior…? ¿Ser yo mismo…? ¿Conocerme…?”, se preguntaba el árbol desesperado, cuando, de pronto, comprendió…
Y cerrando los ojos y los oídos, abrió el corazón, y por fin pudo escuchar su voz interior diciéndole:

– “Tú jamás darás manzanas porque no eres un manzano, ni florecerás cada primavera porque no eres un rosal. Eres un roble y tu destino es crecer grande y majestuoso, dar cobijo a las aves, sombra a los viajeros, belleza al paisaje… Tienes una misión: cúmplela.”

Y el árbol se sintió fuerte y seguro de sí mismo y se dispuso a ser todo aquello para lo cual estaba destinado. Así, pronto llenó su espacio y fue admirado y respetado por todos. Y sólo entonces el jardín fue completamente feliz.

Cuento tradicional sufí

Nasrudín conversaba con un amigo:

– «Entonces, ¿Nunca pensaste en casarte?»

– «Sí pensé» -respondió Nasrudín.- «En mi juventud, resolví buscar a la mujer perfecta. Crucé el desierto, llegué a Damasco, y conocí una mujer muy espiritual y linda; pero ella no sabía nada de las cosas de este mundo.»- «Continué viajando, y fui a Isfahan; allí encontré una mujer que conocía el reino de la materia y el del espíritu, pero no era bonita.»

– «Entonces resolví ir hasta El Cairo, donde cené en la casa de una moza bonita, religiosa, y conocedora de la realidad material.»

– «¿Y por qué no te casaste con ella?»

– «¡Ah, compañero mío! ¡Lamentablemente ella también quería un hombre perfecto!»

Autor desconocido.

Tomás, de ochenta años, estaba cavando en el jardín trasero de su casa. Un vecino que le vio cavar, lleno de curiosidad, le preguntó:

-“¿Qué estás haciendo, Tomás?”

– “Voy a plantar cocoteros”, contestó el octogenario.

– “¿Esperas llegar a comer los cocos que den estos árboles?”, dijo con sorna su vecino.

– “Probablemente no, pero toda mi vida he comido cocos de árboles que no había plantado. Y esto hubiera sido imposible si otras personas no hubieran hecho antes lo que yo estoy haciendo ahora. Sólo estoy pagando la deuda que tengo contraída con ellos.”


2 commentarios

Isabel · agosto 27, 2012 a las 9:42 am

Me han encantado los cuentos reflexivos. Me gustaría dejaros uno que leí a mis alumnos en clase y que nos gustó especialmente.

Una piedra muy valiosa

Había una vez, en el País de las Piedras, una pequeña piedra que esta­ba empeñada en ser una piedra preciosa para ser importante y admirada por todas las demás. Por eso tenía en su casa una impresionante colec­ción de disfraces. Los tenía de Esmeralda, de Rubí, de Zafiro, de Dia­mante, de Plata, de Oro. Eran reproducciones casi exactas. Cuando se los ponía, parecían realmente auténticos.
Y a esto había que añadir lo bien que interpretaba la pequeña piedra su papel. Si iba disfrazada de Esmeralda, hablaba como las Esmeraldas, caminaba como las Esmeraldas, se comportaba como las Esmeraldas. No había detalle que se le escapara y que la pudiera delatar.
Pero tenía que tener cuidado en una cosa; no podía darle directamente la luz del sol, porque entonces descubrirían que no era transparente co­mo las auténticas Esmeraldas. Lo mismo le ocurría con los disfraces de Rubí, de Zafiro y de Diamante. Así que sólo se los ponía cuando era de noche o al atardecer. Por el día se disfrazaba de Oro o de Plata. Aunque con estos disfraces tenía el peligro contrario; si dejaba
de darles la luz del sol, dejaban de parecer Oro o Plata auténticos. Sin embargo la pequeña piedra lo tenía todo muy bien controlado.
Y así fue pasando su vida. Nadie se dio cuenta del engaño. Los que la conocían como Esmeralda le tenían una gran admiración y aprecio. Y lo mismo ocurría con los que la conocían como Diamante, como Oro, co­mo Zafiro, como Rubí o como Plata.
Pero un día, estando la piedra tomando el sol disfrazada de Oro, un hombre que pasaba por allí quedó deslumbrado con su brillo y la cogió. Al ver que era oro, dio un salto de alegría y fue corriendo a ver a un joye­ro para que le dijera cuál era su valor. Pero cuando el joyero la examinó, vio que era una simple piedra cubierta con una funda dorada. Entonces el hombre, desilusionado, la cogió y la tiró por la ventana.
Al caer al suelo, la piedra se rompió en mil pedazos, y sorprendentemen­te, dejó al descubierto que su interior había estado ocupado por un Dia­mante de gran calidad y de valor incalculable. Un Diamante que nunca había podido salir a la luz, porque la pequeña piedra se empeñó toda su vida en imitar a otros para ser valiosa e importante.

    Claudio Garcia · agosto 27, 2012 a las 9:46 am

    Que pasada. Genial… muy muy chulo. Gracias Isa!! 😉

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